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25 de October 2018
Durante mucho tiempo se ha aceptado que es beneficioso alentar a los niños a salir de la sala de clase para ir al aire libre. La idea de dejar que los niños experimenten la naturaleza de manera cercana, permitiéndoles ensuciarse las manos y familiarizándolos con su entorno nunca ha sido una propuesta difícil de vender.
Esta idea ampliamente sostenida se ha respaldado cada vez más con evidencia educativa. De acuerdo con el National Child Development Study, una investigación longitudinal que rastrea a casi 10.000 personas nacidas en 1958, los niños que pertenecían a los Scouts o Guías tenían un 15% menos de probabilidades de sufrir ansiedad incluso a la edad de 50 años. Otros estudios han descubierto beneficios más inmediatos. El aprendizaje al aire libre puede reducir el síndrome de déficit atencional y las tasas de miopía en los niños, apoyar el bienestar, mejorar la creatividad y aumentar la memoria.
Sin embargo, acceder a las actividades al aire libre no es tan fácil para los colegios en áreas urbanas. Por eso los colegios residenciales se han vuelto populares. Fomentan el compromiso de los niños con el aprendizaje mostrándoles por qué lo que aprenden en el colegio es importante. Y a los niños del centro de la ciudad les da una experiencia del campo que muchos no han tenido antes.
Por eso los colegios residenciales se han vuelto populares. Fomentan el compromiso de los niños con el aprendizaje mostrándoles por qué lo que aprenden en el colegio es importante. Y a los niños del centro de la ciudad les da una experiencia del campo que muchos no han tenido antes
Sin embargo, por muy excelentes que sean los colegios residenciales, estos tienen un inconveniente obvio: la mayoría de los colegios solo pueden acceder a ellos con poca frecuencia, y otras simplemente no pueden. Además, si la idea de un colegio de desarrollar el carácter se basa únicamente en una semana de distancia en un centro al aire libre, el ministerio de educación y otros podrían preguntar qué está haciendo para apoyarlo y nutrirlo durante el resto del año.
El aprendizaje al aire libre bien hecho no debería ser algo fugaz, y se puede hacer bien tanto en las ciudades como en el campo. Para inculcar el bienestar y desarrollar el potencial académico, todo lo que se aprende en el exterior debe vincularse con lo que se aprende en el interior. Tiene que haber un tejido sin fisuras entre las actividades que los niños realizan al aire libre y el plan de estudios que se enseña en la sala de clases; de lo contrario, los beneficios que obtienen los estudiantes se pueden perder fácilmente.